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339: La revelación de Dios en Jesús de Nazaret (Carmiña NAVIA)

La revelación de Dios en Jesús de Nazaret

Carmiña NAVIA VELASCO

HORIZONTES, CAMINOS Y PREGUNTAS.

Es tanto lo que se ha dicho y escrito a lo largo de los siglos y particularmente en las últimas décadas del siglo XX, sobre el Dios de Jesús (siempre en masculino), que se hace inevitable la pregunta por la utilidad y pertinencia de esta reflexión. Sin embargo, además de tratarse de una cuestión nunca cerrada, sino abierta siempre hacia el futuro, en estos momentos de búsquedas y recomposiciones simbólicas, es definitivamente necesario que ampliemos el horizonte de nuestras miradas, sobre la experiencia de Dios, que se nos muestra en Jesús, el maestro de Galilea.

El presente trabajo se inscribe en esa búsqueda: quiere recoger sensibilidades y demandas actuales, especialmente la mirada de género; quiere igualmente señalar nuevas pistas que nos ayuden a bucear en aguas queridas y conocidas en nuestra tradición, para encontrar nuevos parajes que alberguen, cómoda y amorosamente, a la mujer y al hombre de este nuevo milenio que iniciamos.

Dios es una realidad que interroga hoy: sus imágenes son contestadas desde distintas búsquedas y miradas, sin que ello suponga en ningún momento indiferencia o desinterés generalizado, ni tampoco ateísmo militante como en otros momentos. Hoy, más que hace unas décadas, Dios vuelve a jugar entre los hombres y mujeres, entre los y las jóvenes... la pregunta por el sentido de la vida, en un mundo envuelto en oscuridades y tensiones de todo tipo, le da significación a los múltiples caminos espirituales, que recuperan y suman lo más valioso de distinta tradiciones, sin que necesariamente esos caminos pasen por las instituciones a las que de alguna manera han pertenecido. En el horizonte de esos caminos espirituales, la realidad que llamamos Dios hace presencia de diferentes formas y en diferentes rostros.

Respecto a los ejes de nuestra tradición occidental, reflexiona Dorothe Solle:

“La impotencia de Dios en el mundo es bien patente; la sustitución científica de la creación por una segunda creación, mejorada, es tan sólo un ejemplo que muestra lo desvalido que es el Varón anciano allá en el cielo. No podemos ya entender que Dios es todopoderoso y nosotros seres impotentes, para quienes la Biblia emplea algunas veces la imagen de gusanos. Este teología no corresponde ya a la tecnología de la ficción del átomo y de la ingeniería genética, y es intolerable moralmente. En la comprensión que tengamos del poder se decide la cuestión acerca de Dios. ¿Podremos representar el poder como unilateralmente masculino, como mandato, superioridad física, ordenamiento jerárquico, como violencia de lo que está más alto sobre lo que está más bajo? ¿Experimentaremos a Dios como autoridad coercitiva, o hay otras formas de vivenciar a Dios? [1].

La pregunta que me formulo entonces es: La experiencia de Dios, vivida por y en Jesús de Nazaret, qué nos dice hoy a las mujeres... ¿qué dice a los y las pobres del continente latinoamericano, sumidos en una cada vez mayor impotencia?... ¿Qué dice a los horrores y exclusiones de la dinámica impuesta por la globalización? ¿Qué dice igualmente, esa experiencia encarnada a quiénes en medio de los avatares de este siglo XXI buscamos la felicidad y la reconciliación con y entre nosotros mismos y nosotras mismas y con nuestro nicho ecológico? ¿Cómo vive Dios en nuestras enormes ciudades/sociedades informatizadas y de redes, cada vez más complejas y globalizadas? ¿Parto en mi indagación, de la certeza de que Jesús puede ofrecernos claves no sólo válidas, sino fundamentales, aunque no únicas, para buscar a Dios.

CONTEXTO RELIGIOSO EN EL QUE JESÚS VIVE SU FE.

Es claro que Jesús de Nazaret, es un judío, su formación y su experiencia religiosa, son antes que nada las de un judío. Esta realidad, que durante siglos parece haberse olvidado, está siendo resaltada y profundizada actualmente tanto desde el lado cristiano, como desde el judío. Los trabajos de investigadores como Geza Vermes y /o Marie Vidal[2] son una muestra de ello. Jesús recibe entonces las tradiciones del Primer Testamento y la experiencia de Dios que se le transmite en los distintos círculos en los que se mueve: la sinagoga, los fariseos, los grupos del desierto. Recibe igualmente la tradición familiar, sapiencial y femenina que le lega su madre.

Esta realidad nos remite entonces a una experiencia de Dios, múltiple y diversa, pero que se inscribe en marcos muy precisos, que podemos sintetizar con esfuerzo y precaución en algunas líneas o experiencias de las que nos habla insistentemente la tradición bíblica.

La realidad de Dios, vivenciada por Jesús, es una herencia de:

La vivencia de Abraham, en la que Dios es un horizonte abierto que convoca y que llama a un futuro nuevo e inmenso. La fe de Moisés en la cual, Dios es el liberador de la esclavitud, en un pasado originario que se revive siempre con nuevas exigencias y potencialidades de salvación. Pasado que se actualiza y se hace presente en la fe de María de Nazaret, que vivencia la acción liberadora en el hoy y en el mañana. En esta línea de unas perspectivas de liberación amplia, Jesús recibe igualmente la experiencia y palabra de un Isaías y otros profetas, orientada principalmente a un Dios que es esperanza y utopía, siempre renovada.

Igualmente el judío Jesús recibe la tradición de aquellas que experimentan a Dios como reto y como fuerza para actuar: Débora, Ester, Judit... las mujeres que son convocadas al compromiso con su pueblo como una respuesta al llamado de la divinidad en la que creen. Pero otras mujeres y otras tradiciones femeninas, le entregan la certeza de Dios presente en lo cotidiano, en las alegrías y angustias de la vida diaria en familia y amistad, Dios que nos acompaña en el discernimiento del vivir, sufrir y disfrutar, cada día: Rut, Nohemí y los grupos femeninos portadores de la sabiduría.

No podemos ignorar tampoco, que Jesús vive en un ambiente helenístico y grecorromano en el cual se agitan múltiples discursos y búsquedas: el Dios de los filósofos, el Dios de la verdad, la búsqueda de un Dios universal que trascienda a los pueblos y nacionalidades... por contraposición a la divinización del emperador. Ambiente en el que la divinidad se acerca igualmente a las vivencias del amor y del ágape, de un amor que empieza a comprenderse en perspectiva universal, como superación de barreras y particularidades excesivas.

Todo ello rodea la vida de Jesús, su comprensión de la Torah, su enseñanza. En medio de este ambiente, Jesús de Nazaret va gestando y profundizando su experiencia mística y religiosa. La imagen novedosa de Dios que nos anuncia... en síntesis su Buena Noticia, se genera en la profundización, el contraste y la contraposición con todas estas realidades y vivencias.

LA EXPERIENCIA DE DIOS EN EL GALILEO JESÚS DE NAZARET.

No son explícitos los textos al hablarnos de esta experiencia. Los evangelios, se limitan a insistir en el hecho continuado y repetido en la vida de Jesús, de que muchas noches, atardeceres y amaneceres se retiraba para orar. Generalmente nos hablan los evangelio de espacios y tiempos de oración en soledad, en retiro de la cotidianeidad y las relaciones, aún las más cercanas... hay otros momentos en los que se nos muestra una experiencia de Dios en compañía del pequeño grupo de amigos o de amigas. Aunque los relatos no se detienen mucho en comentar esta experiencia mística/religiosa de Jesús, es claro sin embargo, que toda experiencia de oración se refleja y trasluce en la vida y práctica diaria de quien la tiene. Por ello, podemos concluir que la actuación de Jesús de Nazaret, sus relaciones, ideas y sentimientos están enraizadas en la vida y presencia de Dios, con quién se encuentra en soledad e intimidad.

El encuentro y la identidad con su Dios, llevan a Jesús a prácticas muy claras:

Gozo porque la verdad se revela a los pequeños, compasión ante las multitudes hambrientas, compasión ante el dolor, la enfermedad, la muerte. Apertura a la amistad, al encuentro en sororidad y alegría (Betania). Acogida y apertura a la amistad con la mujer, algo no bien visto entre sus contemporáneos judíos. Capacidad de ruptura ante las prácticas legalistas y castradoras de su ambiente y contexto.

Cuando uno contempla tranquilamente las cenas de Jesús en Betania y su compartir con mujeres; la acogida a pecadores, publicanos y prostitutas; su incansable caminar de un lado a otro, anunciando su buena noticia... concluye fácilmente que la experiencia de Dios, le transmite una inmensa, una gran y novedosa libertad, libertad desconocida en su sinagoga y entre los maestros de la ley con los que se enfrenta. Libertad que se alimenta únicamente en un profunda vivencia mística, en un encuentro inédito con Dios, que lo habita, que lo llena, que lo plenifica: El Padre y yo somos uno.

En este sentido los evangelios nos muestran constantemente en Jesús, a un hombre que confronta la ley religiosa o civil/política, desde una vivencia de Dios -ABBA- que desea y proyecta una relación diferente a la vigente en el sistema, entre los hombres y mujeres que quieran ser sus hijos o hijas. Aunque el significado real de este término aplicado a Dios ha sido y continua siendo muy discutido, algo de la intuición sustentada por J. Jeremías[3] sigue iluminando las búsquedas: Jesús siente a Dios como ternura, como seguridad, como amor... experimenta en esa realidad la confianza del niño hacia sus padres. Igualmente se siente a sí mismo ante Dios, como un niño confiado, con los sentimientos renovadores y sanadores de una infancia segura y no carente.

Sin embargo la discusión en torno a este vocablo hay que enmarcarla más ampliamente en la discusión en torno al lenguaje sobre Dios. Creo que es importante tener en cuenta lo planteado por Esperanza Bautista:

“El ser humano se dirige al misterio mediante símbolos y dentro de un lenguaje simbólico y, al vivirse a sí mismo como en un diálogo amoroso con Dios, está manteniendo una actitud simbólica que es la que va a determinar su lenguaje religioso...

... En el desarrollo de la Iglesia primitiva se produjo un proceso de patriarcalización evidente, pero no se puede afirmar con rotundidad que la metáfora paterna aplicada a Dios fuese el origen de ese proceso de patriarcalización; quizás fuese esta la justificación, secreta y oculta en el subconsciente de los responsables de la iglesia naciente, para legitimar ese proceso que tan poca relación tiene con el mensaje de Jesús...”[4].

En cualquier caso la forma en que Jesús nombró a Dios, hay que mirarla en íntima relación con la forma en que lo transparentóen su vida y relaciones.

Hay que tener en cuenta sin embargo, que Jesús no concibió a Dios en una manera radicalmente fuera de lo pensable en su situación familiar, social y religiosa. Prefiguró y señaló muchas rupturas, sí... pero creo que cuando se lo representó, se lo representó como varón, lo que no se puede asimilar a patriarcal.

EL DIOS DEL REINO Y LA PATERNIDAD QUE ANUNCIA JESÚS EN SU ENSEÑANZA.

Me voy a centrar ahora en algunas parábolas del evangelio, especialmente de Lucas, en las que me parece que la imagen de Dios presentada por Jesús porta los rasgos más revolucionarios en su época y contexto. Nos detendremos en la llamada Parábola del Hijo pródigo (otras traducciones hablan del padre perdonador), yo creo que sería mejor llamarla Parábola del Hijo menor. Este texto siempre ha sido interpretado en la perspectiva de actitudes y sentimientos de bondad y misericordia por parte del padre. A mi juicio, sin embargo lo que se juega en él es mucho más. Este microrelato está inscrito en un contexto en el cual las parábolas y palabras todas de Jesús entran en un juego de contraste y autentica demolición de tradiciones y costumbres: el banquete de invitación en los caminos, los últimos en la boda, el abandono a la familia, el administrador astuto, Lázaro el pobre... (Lucas, capítulos 14 / 16 ). De otro lado el relato nos habla, más que de ofensas y perdones, de haciendas o herencias dilapidadas y de casas abiertas.

Henry Nouwen, desde un punto de vista espiritual, al contemplar el cuadro de Rembrandt apunta un poco en el sentido que quiero desarrollar ahora, porque creo que es el verdadero horizonte del texto[5]. Estoy convencida que esta parábola quiere mostrar un Dios más cercano al orden simbólico de la madre, que a la ley del padre. Miremos esta propuesta en detalle.

El padre en la familia judía patriarcal y en el universo grecorromano, ámbitos en los que se mueve Jesús, es la figura que detecta el poder, pero que igualmente tiene la obligación de guardar y mejorar la hacienda para velar por el porvenir de sus hijos y su familia. En este sentido el poder social y político, se sustenta y respalda en un poder/responsabilidad de carácter económico. El orden patriarcal se sustenta en la transmisión de esa herencia de padre a hijos, proceso en el cual el hijo mayor, es el aliado y principal beneficiario del padre. El primogénito, hereda con la hacienda la responsabilidad de sustentar a las mujeres de la familia y a los vástagos débiles:

“En el mundo mediterráneo, la familia podía incluir al padre, la madre y al primogénito y su familia, así como a otros hijos solteros... Era normal que el primogénito heredase la casa paterna; por esta razón permanecía en ella, mientras que sus hermanos casados se establecían cerca...”[6].

En este sentido el padre/patriarca no puede, de ninguna manera, dilapidar los bienes familiares, que no le pertenecen sólo a él, sino también a su hijo mayor.

Ya resulta extraño un progenitor que entregue a su hijo menor parte de su hacienda, ello va en menoscabo del conjunto y por tanto en contravía de su poder y responsabilidad... pero lo que resulta totalmente inaudito, es que una vez que el hijo ha dilapidado la hacienda, el padre vuelva a darle parte en lo que ha quedado de ella: le coloca un anillo en su dedo, símbolo de que es uno de sus hijos/herederos, le ofrece una fiesta/banquete, en la que sacrifica lo mejor de su ganado... La reacción del hijo mayor es completamente lógica: su padre ha roto las reglas de juego.

Ahora la pregunta es: ¿por qué rompe esas reglas?, ¿por sus entrañas de misericordia?, ¿qué lo llevó entonces anteriormente a romperlas y darle la herencia al muchacho? En términos de antropología cultural no es sostenible aquello de que Dios nos deja en absoluta libertad para actuar. Aquí se está planteando una cuestión de sistemas, sistemas familiares patriarcales. Yo creo que el padre de la parábola tiene un comportamiento que cuestiona el orden (derecho) paterno, que deja bastante indefensos y por tanto dependientes a los débiles del grupo familiar.

La parábola muestra otras formas posibles de relaciones familiares, deja ver un rostro de Dios, que rompiendo con la tradición patriarcal reactualiza memorias diferentes, alternativas que permanecen en lo oculto.... Cuando Bachofen estudia el derecho materno en sociedades arcaicas, dice:

“El privilegio otorgado a la relación entre hermanas y al último vástago son ejemplos ilustrativos. Ambos pertenecen a los privilegios matriarcales del derecho de familia, y los dos son apropiados para acreditar su pensamiento fundamental desde nuevos prismas... el privilegio del último vástago supone ligar la continuidad de la vida a aquella rama del tronco materno que, por haber sido engendrada en último lugar, también será la última en alcanzar la muerte”[7].

Y continuando su reflexión sobre esa memoria de la relación con la madre que guarda íntimamente la humanidad, añade aún:

“En las estructuras más profundas y oscuras del hombre, el amor que une a la madre con el fruto de su cuerpo forma el foco de luz en la vida, el único claro en la oscuridad moral, el único deleite en medio de la miseria más profunda...

Si en el principio paterno impera el límite, en el principio materno rige la universalidad[8].

En nuestra parábola las mujeres han desaparecido, como en otras ocasiones en la Biblia. En la familia de este hijo menor no existen ni madre ni hermanas... el es el único que se resiste al orden impuesto por el padre y sobre todo por el hijo mayor, el heredero. Sin embargo, nos encontramos con un padre que maneja la hacienda y la relación con sus vástagos en otra perspectiva, en otra órbita. Una perspectiva que lo coloca más de lado de lo que podríamos considerar un orden, una lógica materna o femenina[9]. Bastaría esta parábola para comprender que el padre propuesto por Jesús, como imagen de Dios, no puede ser ni asimilado, ni siquiera acercado a un Dios patriarcal. En términos del sistema y ordenamiento patriarcal, la conducta de este padre, que, cuando divisa a lo lejos al hijo menor que regresa cercado por el hambre, lo constituye de nuevo en heredero, resulta cuando menos, irresponsable.

Cuando Karen Jo Torjesen, nos plantea en su obra[10], el que las mujeres judías y romanas de los primeros siglos de esta era, también asumían funciones de dirección y jefatura en la familia, el problema que subsiste, no es, quiénes asumían estas funciones... sino cómolo hacían. En términos generales las mujeres contemporáneas de Jesús y en especial las matronas romanas ejercían su autoridad doméstica, al servicio del ordenamiento patriarcal, ajustándose a él. No es, por el contrario, el caso del padre de la parábola.

A mi juicio uno de los grandes daños que la tradición eclesial ha hecho al evangelio, es haber capturado la experiencia de Dios que transmitió Jesús, en una imagen monolítica patriarcal. De esta manera la ley del padre, se ha quedado sin la posibilidad de una crítica real, sólida y alternativa; entre otras cosas porque ha sido sacralizada. Y el derecho fijado a partir de esa ley, es un derecho, que como muy bien sabemos:

“... carece de una visión antropológica universal: permanece inválido ante los millones de seres humanos que mueren de hambre; es inoperante frente a la violencia contra la mujer; castiga en lugar de proteger a los millones de niños y niñas que deambulan por las calles; sus instrumentos coercitivos imponen el sufrimiento y la tortura...”[11].

Desde mi perspectiva, si queremos en nuestra experiencia de Dios, reencontrarnos con caminos radicalmente diferentes, que respondan a las inquietudes y dolores de las mujeres de hoy, víctimas de siglos de herencia patriarcal... podemos volver a leer y releer esta parábola, asumiendo sus consecuencias: un Dios Padre, que protege al menor, que quiebra los derechos de progenitura, que instaura un comportamiento más allá o más acá de la ley patriarcal. Es necesario tener en cuenta que el cambio que requiere nuestro ordenamiento social no se consigue por comportamientos de buena voluntad, sino por una transformación radical de las coordenadas y estructuras en las que nos movemos:

“Hasta que no se rompan los círculos viciosos de un cierto orden simbólico, que para las mujeres es más bien un desorden, la realidad continuará actuando a favor del poder fálico y de una oposición rígida entre autonomía y dependencia.

El desorden más grande que pone en duda la posibilidad misma de la libertad femenina, es la ignorancia de un orden simbólico de la madre, también por parte de las mujeres...” [12].

En esta perspectiva la lectura de la palabra de Jesús, reseñada en Lucas 15, 11... se abre a nuevas preguntas, lecturas y posibilidades: ¿Por qué el hijo menor se marchó de la casa? ¿Puede haber razones que vayan más allá de nuestra condena moral: le faltaba espacio? ¿Se asfixiaba en un orden que no lo tenía en cuenta? (En los sistemas que perpetúan la herencia concentrada en el Hijo Mayor, a los menores se les expulsa de alguna manera de la casa paterna, deben salir a rebuscar su vida...) ¿Dónde estaba su madre?, ¿quiso vivir una experiencia de descenso a lo profundo de sus límites? Experiencia que todo sistema cerrado impide. El hijo menor siempre ha sido visto como el malo del paseo y sin embargo, la pregunta es: en el sistema patriarcal la ley del padre, no resulta muchas veces opresiva, para quienes no tienen el poder? La conducta del padre, ignora por cierto cualquier condena ante la búsqueda de este hijo menor. ¿Qué hay que leer en la respuesta del hijo mayor, más allá de su egoísmo, repetido hasta el cansancio en predicas y reflexiones? ¿Qué derechos legítimos en su lógica, se le estaban vulnerando? Para las nuevas generaciones de mujeres esta parábola, la figura de este padre/materno, está aún bastante inédita y su relectura puede abrir caminos interesantes y liberadores.

No podemos olvidar la insistencia de Jesús de Nazaret, en el sentido de que una condición para entrar en el reino de los cielos es hacernos como niños, su invitación a mantener nuestro corazón como el que tenemos en la infancia... En esta temática, el Evangelio Copto de Tomás es bien diciente:

“Jesús vio mamar a unos niños y dijo a sus discípulos: Esos pequeños que maman leche, se parece a quienes entran en el Reino. Ellos le dijeron: ¿Haciéndonos niños, entraremos en el Reino? Jesús les dijo: Cuando hagáis de los dos Uno y cuando hagáis la parte interior como la exterior y la parte superior como la inferior, de modo que hagáis un solo al varón y a la hembra... entonces entrareis en el Reino”[13].

Sicoanalistas tanto hombres como mujeres, afirman que mientras el niño o la niña, mantienen con su madre, este tipo de relación alimentaria, se mueven en el orden simbólico de la madre y que su entrada a ley del padre, coincide precisamente con el proceso de destete del lactante. En este sentido se iluminan las palabras de Jesús recogidas por la comunidad de Tomás.

La cuestión que surge es: ¿dónde o de quién toma y aprende Jesús esta otra mirada? Es claro que sólo una tradición femenina que actúa desde el margen y que lo influye, puede darle esa otra mirada, esa otra palabra, que indiscutiblemente nos remite a una transmisión femenina de la experiencia del mundo, tal como la que nos describe, la escritora caribeña / canadiense:

“La madre entonces puso sus dedos dentro de la boca de su bebé -suavemente forzando una apertura; toca con su lengua la lengua de su bebé y sosteniendo la boquita abierta, sopla en ella -con fuerza, soplaba palabras- sus palabras, las palabras de su madre, las de la madre de su madre, y de todas las madres anteriores- dentro de la boca de su bebé”[14].

Si complementamos la relectura de este microrelato, con la del texto sobre La Gran Cena o el Gran Banquete, que aparece en Lucas 14,15 o en Mateo 22,1... encontramos de nuevo una conducta que va más allá de sentimientos de acogida, apertura o compasión y que se ubica en la ruptura de normas y reglas de juego de un sistema económico y cultural concreto. Esta cena o banquete (ejemplo tomado por Jesús de la tradición sapiencial femenina como puede verse en: Proverbios 9, 1-6) es ofrecida por un hombre, jefe de la casa, pater familia, sólo el hombre, en esta etapa histórica y sistema, tiene la capacidad y el poder de decisión de compartir su hacienda. En la parábola de Jesús, las criadas de la invitación en Proverbios, han sido sustituidas por criados. Ese compartir, entre hombres, tiene unas reglas: la hacienda hoy como ayer, se comparte con quiénes son iguales, con quienes a su vez comparten, porque se trata de un sistema que se refuerza a sí mismo en el intercambio. Romper estos intercambios y plantear una entrega generosa de la hacienda a todos aquellos y aquellas que andan por los caminos, es situarse de nuevo, en otro orden, en un marco simbólico que no retiene, sino que ofrece: En el nivel de lo estructural, esto supone una sociedad regida por un orden simbólico distinto, no solamente por otra ley. El mismo caso nos encontramos cuando Jesús plantea que no se invite a quien puede retribuir, sino a quien no puede ofrecer nada a cambio de lo que yo le doy... Esto sólo se puede inscribir, en lo planteado por José Luis Carabias:

“El Dios de Jesús es un Dios-Loco para los representantes del Dios oficial. Jesús sustituye la fidelidad al Dios de la ley, por la fidelidad al Dios del encuentro, la liberación y el amor”[15].

En un mundo regido por los rigores de la ley patriarcal, no encontramos una imagen para esta vivencia de Dios, por ello, al crear las imágenes, al interior de este modelo, se traiciona la vivencia.

MIRANDO HACIA ADELANTE.

Si volvemos al punto de partida: intentar acercarnos a la vivencia de Dios que reflejan los evangelios en Jesús de Nazaret, podemos afirmar que aunque no es fácil sacar conclusiones muy distintas a las preconstrucciones tradicionales porque el material con el que se cuenta es poco, sí es legítimo buscar y señalar caminos nuevos, inexplorados... que puedan ser recorridos por las nuevas generaciones de creyentes, para iluminar su estancia en un mundo y en unas sensibilidades e inquietudes distintas y hasta un cierto punto inéditas.

En este sentido es necesario recuperar voces de seguidores y seguidoras de Jesús, que han sido marginadas del gran tronco central y silenciadas una y otra vez.... Juliana de Norwich, mística inglesa del siglo XIV, encontró que la revelación de Dios en Jesús la llevaba a unos brazos amorosos de padre y madre:

Tan de verdad es Dios nuestro padre como es nuestra madre. En nuestro padre, Dios todopoderoso, tenemos nuestro ser; en nuestra madre misericordiosa somos creados y restaurados de nuevo...

Soy yo, la fuerza y bondad de la paternidad. Soy yo, la sabiduría de la maternidad. Soy yo la luz y la gracia del santo amor... Soy yo quien te enseña a amar. Soy yo quien te enseña a desear...”[16].

La vivencia de Dios en Jesús, muy poco explícita en los textos bíblicos, quizás un poco más ampliada en la literatura gnóstica apócrifa, definitivamente no puede encerrarse ni agotarse en fórmulas siempre condicionadas por la mirada cultural e ideológica que las acuña. Esa vivencia en quien ha sido, para una gran parte de la humanidad, la máxima revelación de la divinidad permanece abierta siempre, a nuevas relecturas, sólo así podrá enriquecernos en todos los caminos por hacer.

 [1] Dorothee Solle, Reflexiones sobre Dios, Editorial Herder, Barcelona 1996.

[2] En esta línea se inscriben concretamente los textos de: Geza Vermes, judío: Jesús el judío y la religión de Jesús el judío, Marie Vidal, católica: Jesús el judío y el shabat, y Un judío llamado Jesús.

[3] Joachim Jeremias, Abba. El mensaje central del Nuevo Testamento, Editorial Sígueme, Salamanca 1983.

[4] Esperanza Bautista: DIOS, En: Mercedes Navarro, Directora, DIEZ MUJERES ESCRIBEN TEOLOGÍA, Editorial Verbo Divino, Estella 1998.

[5] Henry J. M. Nouwen: El regreso del hijo pródigo, Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt, Editorial PPC, 7ª Edición, Madrid 1995.

[6] Bruce J. Malina: El mundo del Nuevo Testamento, Perspectivas desde la Antropología Cultural, Editorial Verbo Divino, Estella 1995.

[7] Johann Jakob Bachofen: Mitología arcaica y derecho materno, Edición de Andrés Ortiz-Oses, Anthropos Editorial del Hombre, Barcelona 1988.

[8] Idem.

[9] En el análisis semiótico, que hace de la parábola, El Grupo de Entrevernes, se muestra cómo el padre asume funciones maternales. Refiriéndose al momento del reencuentro o de la acogida al hijo en su vuelta, se dice: “Como dicho papel es asumido a menudo por un personaje de madre, podemos considerar la compasión, los besos y el reparto de los bienes (participación en la tierra familiar nutricia) como elementos figurativos de papel materno”. Grupo de Entrevernes: Signos y parábolas, Semiótica y Texto Evangélico, Ediciones Cristiandad, Madrid 1979.

[10] Karen Jo Torjesen: Cuando las mujeres eran sacerdotes, Ediciones El Almendro, Córdoba 1996

[11] Marena Briones Velastegui: La falsedad del discurso jurídico, Revista FEMPRESS, tomado de Internet.

[12] Luisa Muraro: El orden simbólico de la madre, Editorial horas y HORAS, Madrid 1984.

[13] Manuel Alcalá: Los evangelios de Tomás el Mellizo y María Magdalena, Ediciones Mensajero, Bilbao 1999.

[14] Marlene Nourbese Philip: Discurso sobre la lógica del lenguaje, Citado por Elizabeth Russell, La evocación de la frase maternal, en: AA. VV. Escribir en femenino, Editorial Icaria, Barcelona - 2000

[15] José Luis Carabias: El Dios de Jesús, EDYCAY, Cuenca 1985.

[16] Juliana de Norwich: Envueltos en amor, Editorial PPC, Madrid 1999.

 

Cali, Julio / Septiembre de 2003

 

 

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