La
revelación de Dios en Jesús de Nazaret
Carmiña
NAVIA VELASCO
HORIZONTES,
CAMINOS Y PREGUNTAS.
Es tanto
lo que se ha dicho y escrito a lo largo de los siglos y particularmente en
las últimas décadas del siglo XX, sobre el
Dios de Jesús (siempre en masculino), que se hace inevitable la
pregunta por la utilidad y pertinencia de esta reflexión. Sin embargo, además
de tratarse de una cuestión nunca cerrada, sino abierta siempre hacia el
futuro, en estos momentos de búsquedas y recomposiciones simbólicas, es
definitivamente necesario que ampliemos el horizonte de nuestras miradas,
sobre la experiencia de Dios, que se nos muestra en Jesús, el maestro de
Galilea.
El
presente trabajo se inscribe en esa búsqueda: quiere recoger sensibilidades y
demandas actuales, especialmente la mirada de género; quiere igualmente
señalar nuevas pistas que nos ayuden a bucear en aguas queridas y conocidas
en nuestra tradición, para encontrar nuevos parajes que alberguen, cómoda y
amorosamente, a la mujer y al hombre de este nuevo milenio que iniciamos.
Dios es
una realidad que interroga hoy: sus imágenes son contestadas desde distintas
búsquedas y miradas, sin que ello suponga en ningún momento indiferencia o
desinterés generalizado, ni tampoco ateísmo militante como en otros momentos.
Hoy, más que hace unas décadas, Dios vuelve a jugar entre los hombres y mujeres, entre
los y las jóvenes... la pregunta por el sentido de la vida, en un mundo
envuelto en oscuridades y tensiones de todo tipo, le da significación a los
múltiples caminos espirituales, que recuperan y suman lo más valioso de distinta
tradiciones, sin que necesariamente esos caminos pasen por las instituciones
a las que de alguna manera han
pertenecido. En el horizonte de esos caminos espirituales, la
realidad que llamamos Dios hace presencia de diferentes formas y en
diferentes rostros.
Respecto
a los ejes de nuestra tradición occidental, reflexiona Dorothe
Solle:
“La
impotencia de Dios en el mundo es bien patente; la sustitución científica de
la creación por una segunda creación, mejorada, es tan sólo un ejemplo que
muestra lo desvalido que es el Varón anciano allá en el cielo. No podemos ya
entender que Dios es todopoderoso y nosotros seres impotentes, para quienes
la Biblia emplea algunas veces la imagen de gusanos.
Este teología no corresponde ya a la tecnología de
la ficción del átomo y de la ingeniería genética, y es intolerable
moralmente. En la comprensión que tengamos del poder se decide la cuestión
acerca de Dios. ¿Podremos representar el poder como unilateralmente
masculino, como mandato, superioridad física, ordenamiento jerárquico, como
violencia de lo que está más alto sobre lo que está más bajo?
¿Experimentaremos a Dios como autoridad coercitiva, o hay otras
formas de vivenciar a Dios? [1].
La
pregunta que me formulo entonces es: La experiencia de Dios, vivida por y en
Jesús de Nazaret, qué nos dice hoy a las mujeres... ¿qué dice a los y las
pobres del continente latinoamericano, sumidos en una cada vez mayor
impotencia?... ¿Qué dice a los horrores y exclusiones de la dinámica impuesta
por la globalización? ¿Qué dice igualmente, esa experiencia encarnada a quiénes en
medio de los avatares de este siglo XXI buscamos la felicidad y la
reconciliación con y entre nosotros mismos y nosotras mismas y con nuestro
nicho ecológico? ¿Cómo vive Dios en nuestras enormes ciudades/sociedades
informatizadas y de redes, cada vez más complejas y globalizadas? ¿Parto en mi indagación, de la certeza de que Jesús puede
ofrecernos claves no sólo válidas, sino fundamentales, aunque no únicas, para
buscar a Dios.
CONTEXTO
RELIGIOSO EN EL QUE JESÚS VIVE SU FE.
Es claro
que Jesús de Nazaret, es un judío, su formación y su experiencia religiosa,
son antes que nada las de un judío. Esta realidad, que durante siglos parece
haberse olvidado, está siendo resaltada y profundizada actualmente tanto
desde el lado cristiano, como desde el judío. Los trabajos de investigadores
como Geza Vermes y /o Marie Vidal[2] son una muestra de ello. Jesús recibe entonces
las tradiciones del Primer Testamento y la experiencia de Dios que se le
transmite en los distintos círculos en los que se mueve: la sinagoga, los
fariseos, los grupos del desierto. Recibe igualmente la tradición familiar,
sapiencial y femenina que le lega su madre.
Esta
realidad nos remite entonces a una experiencia de Dios, múltiple y diversa,
pero que se inscribe en marcos muy precisos, que podemos sintetizar con
esfuerzo y precaución en algunas líneas o experiencias de las que nos habla
insistentemente la tradición bíblica.
La
realidad de Dios, vivenciada por Jesús, es una
herencia de:
La
vivencia de Abraham, en la que Dios es un horizonte abierto que convoca y que
llama a un futuro nuevo e inmenso. La fe de Moisés en la cual, Dios es el
liberador de la esclavitud, en un pasado originario que se revive siempre con
nuevas exigencias y potencialidades de salvación. Pasado que se actualiza y
se hace presente en la fe de María de Nazaret, que vivencia la acción
liberadora en el hoy y en el mañana. En esta línea de unas perspectivas de
liberación amplia, Jesús recibe igualmente la experiencia y palabra de un
Isaías y otros profetas, orientada principalmente a un Dios que es esperanza
y utopía, siempre renovada.
Igualmente
el judío Jesús recibe la tradición de aquellas que experimentan a Dios como
reto y como fuerza para actuar: Débora, Ester, Judit... las mujeres que son
convocadas al compromiso con su pueblo como una respuesta al llamado de la
divinidad en la que creen. Pero otras mujeres y otras tradiciones femeninas,
le entregan la certeza de Dios presente en lo cotidiano, en las alegrías y
angustias de la vida diaria en familia y amistad, Dios que nos acompaña en el
discernimiento del vivir, sufrir y disfrutar, cada día: Rut, Nohemí y los
grupos femeninos portadores de la sabiduría.
No
podemos ignorar tampoco, que Jesús vive en un ambiente helenístico y
grecorromano en el cual se agitan múltiples discursos y búsquedas: el Dios de
los filósofos, el Dios de la verdad, la búsqueda de un Dios universal que
trascienda a los pueblos y nacionalidades... por contraposición a la
divinización del emperador. Ambiente en el que la divinidad se acerca
igualmente a las vivencias del amor y del ágape, de un amor que empieza a
comprenderse en perspectiva universal, como superación de barreras y particularidades
excesivas.
Todo
ello rodea la vida de Jesús, su comprensión de la Torah,
su enseñanza. En medio de este ambiente, Jesús de Nazaret va gestando y
profundizando su experiencia mística y religiosa. La imagen novedosa de Dios
que nos anuncia... en síntesis su Buena
Noticia, se genera en la profundización, el contraste y la
contraposición con todas estas realidades y vivencias.
LA
EXPERIENCIA DE DIOS EN EL GALILEO JESÚS DE NAZARET.
No son
explícitos los textos al hablarnos de esta experiencia. Los evangelios, se
limitan a insistir en el hecho continuado y repetido en la vida de Jesús, de
que muchas noches, atardeceres y amaneceres se retiraba para orar.
Generalmente nos hablan los evangelio de espacios y tiempos de oración en
soledad, en retiro de la cotidianeidad y las relaciones, aún las más
cercanas... hay otros momentos en los que se nos muestra una experiencia de
Dios en compañía del pequeño grupo de amigos o de amigas. Aunque los relatos
no se detienen mucho en comentar esta experiencia mística/religiosa de Jesús,
es claro sin embargo, que toda experiencia de oración se refleja y trasluce
en la vida y práctica diaria de quien la tiene. Por ello, podemos concluir
que la actuación de Jesús de Nazaret, sus relaciones, ideas y sentimientos
están enraizadas en la vida y presencia de Dios, con quién se encuentra en
soledad e intimidad.
El
encuentro y la identidad con su Dios, llevan a Jesús a prácticas muy claras:
Gozo
porque la verdad se revela a los pequeños, compasión ante las multitudes
hambrientas, compasión ante el dolor, la enfermedad, la muerte. Apertura a la
amistad, al encuentro en sororidad y alegría (Betania).
Acogida y apertura a la amistad con la mujer, algo no bien visto entre sus
contemporáneos judíos. Capacidad de ruptura ante las prácticas legalistas y
castradoras de su ambiente y contexto.
Cuando
uno contempla tranquilamente las cenas de Jesús en Betania
y su compartir con mujeres; la acogida a pecadores, publicanos y prostitutas;
su incansable caminar de un lado a otro, anunciando su buena noticia...
concluye fácilmente que la experiencia de Dios, le transmite una inmensa, una
gran y novedosa libertad, libertad desconocida en su sinagoga y entre los
maestros de la ley con los que se enfrenta. Libertad que se alimenta
únicamente en un profunda vivencia mística, en un
encuentro inédito con Dios, que lo habita, que lo llena, que lo plenifica: El
Padre y yo somos uno.
En este
sentido los evangelios nos muestran constantemente en Jesús, a un hombre que
confronta la ley
religiosa o civil/política, desde una vivencia de Dios -ABBA- que desea y
proyecta una relación diferente a la vigente en el sistema, entre los hombres
y mujeres que quieran ser sus hijos o hijas. Aunque el significado real de
este término aplicado a Dios ha sido y continua siendo muy discutido, algo de
la intuición sustentada por J. Jeremías[3] sigue iluminando las búsquedas: Jesús siente a Dios como
ternura, como seguridad, como amor... experimenta en esa realidad la
confianza del niño hacia sus padres. Igualmente se siente a sí mismo ante
Dios, como un niño confiado, con los sentimientos renovadores y sanadores de
una infancia segura y no carente.
Sin
embargo la discusión en torno a este vocablo hay que enmarcarla más
ampliamente en la discusión en torno al lenguaje sobre Dios. Creo que es
importante tener en cuenta lo planteado por Esperanza Bautista:
“El
ser humano se dirige al misterio mediante símbolos y dentro de un lenguaje
simbólico y, al vivirse a sí mismo como en un diálogo amoroso con Dios, está
manteniendo una actitud simbólica que es la que va a determinar su lenguaje
religioso...
...
En el desarrollo de la Iglesia primitiva se produjo un proceso de patriarcalización evidente, pero no se puede afirmar con
rotundidad que la metáfora paterna aplicada a Dios fuese el origen de ese
proceso de patriarcalización; quizás fuese esta la
justificación, secreta y oculta en el subconsciente de los responsables de la
iglesia naciente, para legitimar ese proceso que tan poca relación tiene con
el mensaje de Jesús...”[4].
En
cualquier caso la forma en que Jesús nombró a Dios, hay que mirarla en íntima
relación con la forma en que lo transparentóen
su vida y relaciones.
Hay que
tener en cuenta sin embargo, que Jesús no concibió a Dios en una manera radicalmente fuera de
lo pensable en su situación familiar, social y religiosa. Prefiguró y señaló
muchas rupturas, sí... pero creo que cuando se lo representó, se lo
representó como varón, lo que no se puede asimilar a patriarcal.
EL
DIOS DEL REINO Y LA PATERNIDAD QUE ANUNCIA JESÚS EN SU ENSEÑANZA.
Me voy a
centrar ahora en algunas parábolas del evangelio, especialmente de Lucas, en
las que me parece que la imagen de Dios presentada por Jesús porta los rasgos
más revolucionarios en su época y contexto. Nos detendremos en la llamada Parábola del Hijo pródigo (otras
traducciones hablan del padre
perdonador), yo creo que sería mejor llamarla Parábola del Hijo menor.
Este texto siempre ha sido interpretado en la perspectiva de actitudes y
sentimientos de bondad y misericordia por parte del padre. A mi juicio, sin
embargo lo que se juega en él es mucho más. Este microrelato
está inscrito en un contexto en el cual las parábolas y palabras todas de
Jesús entran en un juego de contraste y autentica demolición de tradiciones y
costumbres: el banquete de invitación en los caminos, los últimos en la boda,
el abandono a la familia, el administrador astuto, Lázaro el pobre... (Lucas,
capítulos 14 / 16 ). De otro lado el relato nos
habla, más que de ofensas y perdones, de haciendas
o herencias dilapidadas y de casas
abiertas.
Henry Nouwen, desde un punto de vista espiritual, al contemplar
el cuadro de Rembrandt apunta un poco en el sentido que quiero desarrollar
ahora, porque creo que es el verdadero horizonte del texto[5]. Estoy convencida que esta parábola quiere
mostrar un Dios más cercano al
orden simbólico de la madre, que a la ley del padre. Miremos esta propuesta en
detalle.
El padre en la familia
judía patriarcal y en el universo grecorromano, ámbitos en los que se mueve
Jesús, es la figura que detecta el poder, pero que igualmente tiene la
obligación de guardar y mejorar la hacienda para velar por el porvenir de sus
hijos y su familia. En este sentido el poder social y político, se sustenta y
respalda en un poder/responsabilidad de carácter económico. El orden
patriarcal se sustenta en la transmisión de esa herencia de padre a hijos,
proceso en el cual el
hijo mayor, es el aliado y principal beneficiario del padre. El
primogénito, hereda con la hacienda la responsabilidad de sustentar a las
mujeres de la familia y a los vástagos débiles:
“En
el mundo mediterráneo, la familia podía incluir al padre, la madre y al
primogénito y su familia, así como a otros hijos solteros... Era normal
que el primogénito heredase la casa paterna; por esta razón permanecía en
ella, mientras que sus hermanos casados se establecían cerca...”[6].
En este
sentido el padre/patriarca no puede, de ninguna manera, dilapidar los bienes
familiares, que no le pertenecen sólo a él, sino también a su hijo mayor.
Ya
resulta extraño un progenitor que entregue a su hijo menor parte de su
hacienda, ello va en menoscabo del conjunto y por tanto en contravía de su
poder y responsabilidad... pero lo que resulta totalmente inaudito, es que
una vez que el hijo ha dilapidado
la hacienda, el padre vuelva a darle parte en lo que ha quedado
de ella: le coloca un anillo en su dedo, símbolo de que es uno de sus
hijos/herederos, le ofrece una fiesta/banquete, en la que sacrifica lo mejor
de su ganado... La reacción del hijo mayor es completamente lógica: su padre
ha roto las reglas de juego.
Ahora la
pregunta es: ¿por qué rompe esas reglas?, ¿por sus entrañas de misericordia?,
¿qué lo llevó entonces anteriormente a romperlas y darle la herencia al
muchacho? En términos de antropología cultural no es sostenible aquello de
que Dios nos deja en absoluta libertad para actuar. Aquí se está planteando
una cuestión de sistemas,
sistemas familiares patriarcales. Yo creo que el padre de la
parábola tiene un comportamiento que cuestiona el orden (derecho) paterno, que deja
bastante indefensos y por tanto dependientes a los débiles del grupo
familiar.
La
parábola muestra otras formas posibles de relaciones familiares, deja ver un
rostro de Dios, que rompiendo con la tradición patriarcal reactualiza memorias diferentes, alternativas
que permanecen en lo oculto.... Cuando Bachofen
estudia el derecho materno en sociedades arcaicas, dice:
“El
privilegio otorgado a la relación entre hermanas y al último vástago son ejemplos
ilustrativos. Ambos pertenecen a los privilegios matriarcales del derecho de
familia, y los dos son apropiados para acreditar su pensamiento fundamental
desde nuevos prismas... el privilegio del último vástago supone ligar la
continuidad de la vida a aquella rama del tronco materno que, por haber sido
engendrada en último lugar, también será la última en alcanzar la muerte”[7].
Y
continuando su reflexión sobre esa memoria de la relación con la madre que
guarda íntimamente la humanidad, añade aún:
“En
las estructuras más profundas y oscuras del hombre, el amor que une a la madre con el fruto de
su cuerpo forma el foco de luz en la vida, el único claro en la oscuridad
moral, el único deleite en medio de la miseria más profunda...
Si
en el principio paterno impera el límite, en el principio
materno rige la universalidad”[8].
En
nuestra parábola las mujeres han desaparecido, como en otras ocasiones en la
Biblia. En la familia de este hijo menor no existen ni madre ni hermanas...
el es el único que se resiste al orden impuesto por el padre y sobre todo por
el hijo mayor, el heredero.
Sin embargo, nos encontramos con un padre que maneja la hacienda y la
relación con sus vástagos en otra perspectiva, en otra órbita. Una
perspectiva que lo coloca más de lado de lo que podríamos considerar un
orden, una lógica materna o femenina[9]. Bastaría esta parábola para comprender que el padre propuesto
por Jesús, como imagen de Dios, no puede ser ni asimilado, ni siquiera
acercado a un Dios patriarcal. En términos del sistema y ordenamiento
patriarcal, la conducta de este padre, que, cuando divisa a lo lejos al hijo
menor que regresa cercado
por el hambre, lo constituye de nuevo en heredero, resulta cuando
menos, irresponsable.
Cuando
Karen Jo Torjesen, nos plantea en su obra[10], el que las mujeres
judías y romanas de los primeros siglos de esta era, también asumían
funciones de dirección y jefatura en la familia, el problema que subsiste, no
es, quiénes asumían estas funciones... sino cómolo hacían.
En términos generales las mujeres contemporáneas de Jesús y en especial las
matronas romanas ejercían su autoridad doméstica, al servicio del
ordenamiento patriarcal, ajustándose a él. No es, por el contrario, el caso
del padre de la parábola.
A mi
juicio uno de los grandes daños que la tradición eclesial ha hecho al
evangelio, es haber capturado
la experiencia de Dios que transmitió Jesús, en una imagen monolítica
patriarcal. De esta manera la
ley del padre, se ha quedado sin la posibilidad de una crítica
real, sólida y alternativa; entre otras cosas porque ha sido sacralizada. Y
el derecho fijado a partir de esa ley, es un derecho, que como muy bien
sabemos:
“...
carece de una visión antropológica universal: permanece inválido ante los
millones de seres humanos que mueren de hambre; es inoperante frente a la
violencia contra la mujer; castiga en lugar de proteger a los millones de
niños y niñas que deambulan por las calles; sus instrumentos coercitivos
imponen el sufrimiento y la tortura...”[11].
Desde mi
perspectiva, si queremos en nuestra experiencia de Dios, reencontrarnos con
caminos radicalmente diferentes, que respondan a las inquietudes y dolores de
las mujeres de hoy, víctimas de siglos de herencia patriarcal... podemos
volver a leer y releer esta parábola, asumiendo sus consecuencias: un Dios
Padre, que protege al menor, que quiebra los derechos de progenitura, que
instaura un comportamiento más allá o más acá de la ley patriarcal. Es
necesario tener en cuenta que el cambio que requiere nuestro ordenamiento
social no se consigue por comportamientos de buena voluntad, sino por una
transformación radical de las coordenadas y estructuras en las que nos
movemos:
“Hasta
que no se rompan los círculos viciosos de un cierto orden simbólico, que para
las mujeres es más bien un desorden, la realidad continuará actuando a favor
del poder fálico y de una oposición rígida entre autonomía y dependencia.
El
desorden más grande que pone en duda la posibilidad misma de la libertad
femenina, es la ignorancia de un orden simbólico de la madre, también por
parte de las mujeres...” [12].
En esta
perspectiva la lectura de la palabra de Jesús, reseñada en Lucas 15, 11... se abre a nuevas preguntas, lecturas y posibilidades: ¿Por
qué el hijo menor se marchó de la casa? ¿Puede haber razones que vayan más
allá de nuestra condena moral: le faltaba espacio? ¿Se asfixiaba en un orden
que no lo tenía en cuenta? (En los sistemas que perpetúan la herencia
concentrada en el Hijo Mayor, a los menores se les expulsa de alguna manera
de la casa paterna, deben salir a rebuscar su vida...) ¿Dónde estaba su
madre?, ¿quiso vivir una experiencia de descenso a lo profundo de sus
límites? Experiencia que todo sistema cerrado impide. El hijo menor siempre
ha sido visto como el
malo del paseo y sin embargo, la pregunta es: en el sistema
patriarcal la ley del
padre, no resulta muchas veces opresiva, para quienes no tienen
el poder? La conducta del padre, ignora por cierto
cualquier condena ante la búsqueda de este hijo menor. ¿Qué hay que leer en
la respuesta del hijo mayor, más allá de su egoísmo, repetido hasta el
cansancio en predicas y reflexiones? ¿Qué derechos legítimos en su lógica, se
le estaban vulnerando? Para las nuevas generaciones de mujeres esta parábola,
la figura de este padre/materno, está aún bastante inédita y su relectura
puede abrir caminos interesantes y liberadores.
No
podemos olvidar la insistencia de Jesús de Nazaret, en el sentido de que una
condición para entrar en el
reino de los cielos es hacernos como niños, su invitación a
mantener nuestro corazón como el que tenemos en la infancia... En esta
temática, el Evangelio Copto de Tomás es bien diciente:
“Jesús
vio
mamar a unos niños y dijo a sus discípulos: Esos pequeños que
maman leche, se parece a quienes entran en el Reino. Ellos le
dijeron: ¿Haciéndonos niños, entraremos en el Reino? Jesús les dijo: Cuando
hagáis de los dos Uno y cuando hagáis la parte interior como la exterior y la
parte superior como la inferior, de modo que hagáis un solo al varón y a la
hembra... entonces entrareis en el Reino”[13].
Sicoanalistas
tanto hombres como mujeres, afirman que mientras el niño o la niña, mantienen
con su madre, este tipo de relación alimentaria, se mueven en el orden
simbólico de la madre y que su entrada a ley
del padre, coincide precisamente con el proceso de destete del
lactante. En este sentido se iluminan las palabras de Jesús recogidas por la
comunidad de Tomás.
La
cuestión que surge es: ¿dónde o de quién toma y aprende Jesús esta otra mirada? Es claro
que sólo una tradición femenina que actúa desde el margen y que lo influye,
puede darle esa otra mirada, esa otra
palabra, que indiscutiblemente nos remite a una transmisión
femenina de la experiencia del mundo, tal como la que nos describe, la
escritora caribeña / canadiense:
“La
madre entonces puso sus dedos dentro de la boca de su bebé -suavemente
forzando una apertura; toca con su lengua la lengua de su bebé y sosteniendo
la boquita abierta, sopla en ella -con fuerza, soplaba palabras- sus
palabras, las palabras de su madre, las de la madre de su madre, y de todas
las madres anteriores- dentro de la boca de su bebé”[14].
Si
complementamos la relectura de este microrelato,
con la del texto sobre La
Gran Cena o el Gran Banquete, que aparece en Lucas 14,15 o en
Mateo 22,1... encontramos de nuevo una conducta que
va más allá de sentimientos de acogida, apertura o compasión y que se ubica
en la ruptura de normas y reglas
de juego de un sistema económico y cultural concreto. Esta cena o
banquete (ejemplo tomado por Jesús de la tradición sapiencial femenina como
puede verse en: Proverbios 9, 1-6) es ofrecida por un hombre, jefe de la
casa, pater familia, sólo el
hombre, en esta etapa histórica y sistema, tiene la capacidad y el poder de
decisión de compartir su hacienda.
En la parábola de Jesús, las criadas
de la invitación en Proverbios, han sido sustituidas por criados. Ese
compartir, entre hombres, tiene unas reglas: la hacienda hoy como ayer, se
comparte con quiénes son iguales,
con quienes a su vez comparten, porque se trata de un sistema que
se refuerza a sí mismo en el intercambio. Romper estos intercambios y
plantear una entrega generosa de la
hacienda a todos aquellos y aquellas que andan por los caminos,
es situarse de nuevo, en otro orden, en un marco simbólico que no retiene,
sino que ofrece: En el nivel de lo estructural, esto supone una sociedad
regida por un orden simbólico distinto, no solamente por otra ley. El mismo
caso nos encontramos cuando Jesús plantea que no se invite a quien puede
retribuir, sino a quien no puede ofrecer nada a cambio de lo que yo le doy...
Esto sólo se puede inscribir, en lo planteado por José Luis Carabias:
“El
Dios de Jesús es un Dios-Loco para los representantes del Dios oficial. Jesús
sustituye la fidelidad al Dios de la ley, por la fidelidad al Dios del
encuentro, la liberación y el amor”[15].
En un
mundo regido por los rigores de la ley patriarcal, no encontramos una imagen para esta
vivencia de Dios, por ello, al crear las imágenes, al interior de este
modelo, se traiciona la vivencia.
MIRANDO
HACIA ADELANTE.
Si
volvemos al punto de partida: intentar acercarnos a la vivencia de Dios que
reflejan los evangelios en Jesús de Nazaret, podemos afirmar que aunque no es
fácil sacar conclusiones muy distintas a las preconstrucciones
tradicionales porque el material con el que se cuenta es poco, sí es legítimo
buscar y señalar caminos nuevos, inexplorados... que puedan ser recorridos
por las nuevas generaciones de creyentes, para iluminar su estancia en un mundo y
en unas sensibilidades e inquietudes distintas y hasta un cierto punto
inéditas.
En este
sentido es necesario recuperar voces de seguidores
y seguidoras de Jesús, que han sido marginadas del gran tronco
central y silenciadas una y otra vez.... Juliana de Norwich, mística inglesa
del siglo XIV, encontró que la revelación de Dios en Jesús la llevaba a unos
brazos amorosos de padre y madre:
Tan
de verdad es Dios nuestro padre como es nuestra madre. En nuestro padre, Dios
todopoderoso, tenemos nuestro ser; en nuestra madre misericordiosa somos
creados y restaurados de nuevo...
Soy
yo, la fuerza y bondad de la paternidad. Soy yo, la sabiduría de la
maternidad. Soy yo la luz y la gracia del santo amor... Soy yo quien te
enseña a amar. Soy yo quien te enseña a desear...”[16].
La
vivencia de Dios en Jesús, muy poco explícita en los textos bíblicos, quizás
un poco más ampliada en la literatura gnóstica apócrifa, definitivamente no
puede encerrarse ni agotarse en fórmulas siempre condicionadas por la mirada
cultural e ideológica que las acuña. Esa vivencia en quien ha sido, para una
gran parte de la humanidad, la máxima revelación de la divinidad permanece
abierta siempre, a nuevas relecturas, sólo así podrá enriquecernos en todos
los caminos por hacer.
[1] Dorothee
Solle, Reflexiones
sobre Dios, Editorial Herder, Barcelona
1996.
[2] En esta línea se inscriben concretamente
los textos de: Geza Vermes, judío: Jesús el judío y la religión de
Jesús el judío, Marie Vidal, católica: Jesús el judío y el shabat, y Un
judío llamado Jesús.
[3] Joachim Jeremias, Abba.
El mensaje central del Nuevo Testamento, Editorial Sígueme,
Salamanca 1983.
[4] Esperanza Bautista: DIOS, En: Mercedes
Navarro, Directora, DIEZ
MUJERES ESCRIBEN TEOLOGÍA, Editorial Verbo Divino, Estella 1998.
[5] Henry J. M. Nouwen:
El regreso del hijo pródigo, Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt,
Editorial PPC, 7ª Edición, Madrid 1995.
[6] Bruce J. Malina: El mundo del Nuevo
Testamento, Perspectivas desde la Antropología Cultural, Editorial Verbo
Divino, Estella 1995.
[7] Johann Jakob Bachofen:
Mitología arcaica y
derecho materno, Edición de Andrés Ortiz-Oses, Anthropos Editorial del Hombre, Barcelona 1988.
[8] Idem.
[9] En el análisis semiótico, que hace de la
parábola, El Grupo de Entrevernes, se muestra cómo el padre asume
funciones maternales.
Refiriéndose al momento del reencuentro o de la acogida al hijo en su vuelta,
se dice: “Como dicho
papel es asumido a menudo por un personaje de madre, podemos considerar la compasión,
los besos y el reparto de los bienes (participación en la tierra familiar
nutricia) como elementos figurativos de papel materno”. Grupo de Entrevernes: Signos
y parábolas, Semiótica y Texto Evangélico, Ediciones Cristiandad,
Madrid 1979.
[10] Karen Jo Torjesen:
Cuando las mujeres eran
sacerdotes, Ediciones El Almendro, Córdoba 1996
[11] Marena Briones Velastegui: La
falsedad del discurso jurídico, Revista FEMPRESS, tomado de
Internet.
[12] Luisa Muraro: El orden simbólico de la madre, Editorial
horas y HORAS, Madrid 1984.
[13] Manuel Alcalá: Los evangelios de Tomás el
Mellizo y María Magdalena, Ediciones Mensajero, Bilbao 1999.
[14] Marlene Nourbese
Philip: Discurso sobre
la lógica del lenguaje, Citado por Elizabeth Russell, La evocación de la frase maternal,
en: AA. VV. Escribir
en femenino, Editorial Icaria, Barcelona - 2000
[15] José Luis Carabias:
El Dios de Jesús, EDYCAY,
Cuenca 1985.
[16] Juliana de Norwich: Envueltos en amor, Editorial
PPC, Madrid 1999.
Cali, Julio / Septiembre
de 2003
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