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BIBLIA Y FEMINISMO Caminos trazados por la hermenéutica bíblica
feminista Olga Consuelo Vélez Caro 1. Algunos datos sobre el Feminismo El término feminismo proviene del vocablo galo feminisme de feme
(mujer) y de la palabra latina femina que
significa mujer. El uso del vocablo se remonta a los inicios del siglo XIX e
indicaba la defensa de los derechos de la mujer (Colorado, Arango, Fernández,
1998, p. 87). El feminismo es considerado como un movimiento social que expresa
resistencia frente a las múltiples discriminaciones a las que ha estado sometida la mujer en razón de su sexo. La génesis de este movimiento se remonta a la Revolución
Francesa (Siglo XVIII). Olympe de Gouges
redactó la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana y la
presentó a la Asamblea Nacional Francesa (Puleo y
Amorós, 1993, p.125). Por esta obra fue condenada a morir en la guillotina. Hacia finales del Siglo XIX el feminismo continuo en la
lucha por el reconocimiento de sus derechos civiles, concretamente, el derecho
al voto. Al mismo tiempo se fortalecían los movimientos antifeministas y surgía
así la oposición naturaleza-cultura que nos acompaña hasta el día de hoy al
tratar este tema. ¿En qué consiste esa oposición naturaleza-cultura? Al
argumentar la diferencia entre el varón y la mujer unos se refieren a una
diferencia de origen natural, por lo tanto, los roles de la mujer y del varón
vienen determinados por lo biológico y se justifica así la diferencia
jerárquica entre ellos. Para otros la diferencia es de tipo cultural: hemos
sido educados en determinados roles que por ser culturales, pueden ser
modificables. Esta misma oposición se ha manejado bajo los términos
sexo-género. "Al hablar de sexo se hace referencia a lo biológico,
o a las características anatómicas que permiten una diferenciación sexual del varón
o mujer. Género es un concepto, una categoría
que alude a los significados dados, atribuidos y esperados por cada sociedad,
en los aspectos ideológico y de comportamiento, a cada
uno de los sexos. Esto incluye las actitudes, valores y expectativas sobre la
feminidad y la masculinidad"(Colorado, Arango, Fernández, 1998, p. 91). Hacia 1920 el derecho al voto es reconocido por muchos
países occidentales[1]. A finales de los setenta las mujeres logran en las
Naciones Unidas la aprobación de la Convención sobre la eliminación de todas
las formas de discriminación contra la mujer. Con esta aprobación se
empezaron a establecer en los diferentes países oficinas de promoción de la
mujer y a favorecer políticas para darles mayor participación[2].
A partir de los años 70 se especifican principalmente dos
corrientes dentro del feminismo aunque ambas con diferentes matices al interior
de ellas: el feminismo de la diferencia y el feminismo de la igualdad. El
primero parte de la idea de la esencia femenina diferente de la del
varón. Ahí la mujer se siente llamada a aportar lo que es esencialmente suyo:
la ternura, el cuidado, la cotidianidad, la corporeidad, etc. El segundo es más
reivindicativo en el sentido de luchar por la igualdad de oportunidades y
derechos entre los varones y las mujeres. En nuestra realidad colombiana se
pueden identificar estas corrientes compartiendo, muchas veces, argumentos de
lado y lado. Actualmente la mayoría de las corrientes feministas han
incorporado la categoría de género en sus estudios. Esta categoría ayuda
a reconocer el sistema patriarcal que ha atribuido unos roles determinados a
los varones y a las mujeres e invita a pensar en la construcción de nuevas
identidades femeninas y masculinas. No
es posible seguir reservando para los varones el poder, la fuerza, la actividad
pública, la permisividad sexual, la inteligencia, la capacidad de realizar
proyectos. Así mismo a la mujer no tiene porque limitársela al espacio
privado, a las labores domésticas, a la sumisión, al ámbito de los
sentimientos. El varón tiene derecho a la ternura y la mujer tiene derecho a la
racionalidad, por decir un ejemplo. 2. Teología feminista y centralidad de la Biblia Estos planteamientos feministas influyen en
muchos campos de la vida, incluido el teológico. A este nivel merece nombrarse,
como una primera etapa de la influencia del feminismo en la elaboración
teológica, la traducción (revisión o reinterpretación) de la Biblia por
Elizabeth Cady Stanton. Una
segunda etapa se sitúa alrededor de 1950 en la cual se plantea el acceso de la
mujer al ministerio ordenado, especialmente en las Iglesias protestantes. A
partir de los años 60 se registra el comienzo de la tercera etapa que es la
actual y que da nacimiento propiamente a la teología feminista. La teología feminista
se considera una teología contextual[3]
porque parte de las experiencias vividas por las mujeres. Esta reflexión
coincide con el acceso de éstas a las facultades de teología. Es crítica con la sociedad patriarcal y con
todas las normas, tradiciones y estereotipos que de ella se derivan. Parte del
sufrimiento real de la mujer causado por esta visión androcéntrica
y propone una revisión radical de todas esas formas de opresión. La teología feminista se presenta como una
búsqueda radical de la dignidad y el lugar de la mujer, así como del papel que
ha de desempeñar y los derechos que ha de ejercer en la Iglesia. Reacciona
contra una teología que califica de patriarcal, androcéntrica
y unilateral (Halkes, 1980, pp.122-137). La teología feminista nace como reflexión dentro
de los cánones de la teología de la liberación. Usa la metodología del ver-juzgar-actuar:
parte de la realidad de la mujer, la juzga a la luz de la Palabra de Dios y
toma decisiones con respecto a las acciones que deben transformar esa realidad.
Entre sus tareas se señala la centralidad de la Biblia, para recuperar y
rehabilitar la experiencia de las mujeres, tanto en el movimiento de Jesús como
en la Iglesia primitiva. Actualmente se pueden distinguir dos corrientes
en la teología feminista. La primera, cuestiona hasta las bases mismas de la
autoridad de toda la cultura judeo-cristiana y la
segunda la que cuestiona algún esquema de estructura general de la teología
dejando en pie la estructura misma. La primera corriente prescinde de las fuentes
clásicas de la teología (Sagrada Escritura y Tradición) y busca otras. Es una
minoría, entre las que conviene destacar como representante a Mary Daly. Esta corriente formula preguntas que nunca habían surgido
y que es necesario considerar. Su búsqueda de espiritualidad toma elementos de
la naturaleza de un modo que la teología clásica consideraría panteísmo.
Algunas de sus representantes han abogado por la creación de la religión de la
Diosa, basándose en la teoría de Bachoffen sobre el
matriarcado (Bernabé, 1993, p.13). La segunda corriente apela por una nueva
hermenéutica. Postula que a través de una renovación de las ciencias bíblicas,
la teología feminista puede descubrir elementos del mensaje bíblico hasta ahora
no tomados en cuenta o ignorados. Esta postura es conocida como reformista y
entre sus representantes podemos nombrar a: Phyllis Trible,
Elizabeth Schüssler Fiorenza,
Rosemary Radford Ruether, Letty Russell, entre otras. La conciencia de la necesidad de una exégesis y
de una crítica histórica de la Biblia es antigua[4].
Así mismo, la necesidad de acercarse a la Biblia desde la mujer es un dato
antiguo. "Ya en 1837 Sarah Grimke o F. Willard en 1889 sospechaban que los rasgos masculinos de la
interpretación bíblica tenían la intención de lograr la sumisión de las
mujeres, y animaban a que mujeres estudiaran las lenguas bíblicas para poder
acceder directamente a los textos originales. Se sentía la necesidad de una
hermenéutica bíblica feminista"(Bernabé, 1993, p.14). 3. Diferentes modos de acercamiento feminista a
la Biblia En el trabajo bíblico de la teología feminista,
varios son los caminos que se han intentado. En todos ellos se rescatan
elementos liberadores para las mujeres pero también se presentan algunos
problemas. Además, todos ellos se complementan, en cierta manera. Por este
motivo es importante conocerlos y como dice un adagio popular inspirado en 1 Tes 5,21: quedarnos con lo bueno. 3.1 Exégesis crítica de aquellos textos sobre la
mujer que han favorecido más su subordinación El texto clásico que se evoca al tratar este
tema es el de la creación: Génesis 2 y 3. Una lectura literal, pero
popularmente arraigada en la conciencia de las gentes, coloca la creación de la
mujer en segundo lugar. Además ella es la responsable de la caída de Adán y,
por tanto, de la entrada del pecado en el mundo. Por esta causa, merece el
castigo de sufrir dolores a la hora del parto y debe ser sumisa a su marido.
Esta interpretación se refuerza en otros textos como 1 Timoteo 2, 13-14: "Que la mujer se quede callada y se deje
instruir con atenta sumisión. No permito que la mujer enseñe ni que quiera
mandar a su marido, sino que se quede tranquila. Porque Adán fue formado primero
y después Eva. No fue Adán el que se dejó engañar, sino la mujer, que engañada,
llegó a desobedecer. Sin embargo, la maternidad la salvará, con tal que lleve
una vida santa y ordenada, en la fe y en el amor" Otros textos que se han invocado para mantener a
la mujer en silencio y para someterla a su marido, son los siguientes: "Que las mujeres se callen en las
asambleas, como se hace en todas las Iglesias de los santos. No les está
permitido tomar la palabra; que sean más bien obedientes, tal como lo dice la
misma Ley. Si quieren instruirse en algún punto, que consulten en casa a su
propio marido. Pero no conviene que una mujer hable en una asamblea" (1 Cor 14, 34-35) "Que las esposas se sometan a sus maridos
como al Señor. En efecto, el marido es cabeza de su esposa, como Cristo es
cabeza de la Iglesia, cuerpo suyo, del cual es asimismo Salvador. Y así como la
Iglesia se somete a Cristo, así también la esposa debe someterse en todo a su
marido" (Ef 5, 22-24). Estos textos permiten ver los rasgos
patriarcales presentes en la Sagrada Escritura y, por lo tanto, reclaman una
interpretación más cuidadosa, capaz de discernir entre el androcentrismo de las
formas y el dato revelado. Sin embargo, no se puede
tener el presupuesto de que una exégesis más cuidadosa puede quitar toda la
visión negativa sobre la mujer. Hay textos irremediablemente patriarcales que
llevan a las teólogas feministas a plantearse un problema ulterior: ¿todos los
textos pueden tener la misma autoridad? ¿Habría que hablar de un canon dentro
del canon? Estas y otras preguntas dejan abiertos problemas que merecen
profundas reflexiones. 3.2 Recuperación de textos olvidados que aportan
otra visión sobre la mujer Esta manera de acercamiento a la Biblia ha sido
muy trabajada por las teólogas feministas. Recuperar los textos que aportan
otra visión sobre la mujer, permite invocar la misma tradición escriturística para abrir caminos de liberación a la mujer.
Algunos textos representativos son los siguientes: Frente a un rol sumiso de la mujer y sin
capacidad de hablar, algunos textos permiten percibir el rol de la mujer
"sabia" en la época de los jueces y de la monarquía temprana. El rol
de sabio en esa época se caracteriza por hablar por medio de proverbios y
tener una autoridad reconocida. Esas características se descubren en la mujer
de Tecoa, a la cual describen como una mujer
"inteligente" y a quien Joab le da una
misión frente al rey. Ella muestra su sabiduría en el diálogo que sostiene con
el rey (2 Sam 14, 1-20) (Cfr. Bernabé, 1993, p.21). En Jueces 4-5 se nos presenta a Débora como una
mujer líder, con funciones muy claras en el mundo en el que se mueve. Débora
actúa como gobernante (ésta era la función del juez) y como profeta con gran
autoridad.(Cfr. Navia, 1998, pp.14-21). Otra historia importante de recordar es la de
Ana. La historia es la siguiente: Un hombre llamado Elcaná
tiene dos mujeres. Peniná tiene varios hijos. Ana,
por el contrario, es estéril. Cada año van al templo a ofrecer el sacrificio
correspondiente. Ana sufre por su condición: la mujer estéril no puede dar
brazos para un Estado incipiente que los necesita. El vientre de la mujer
estéril no está bendecido por Dios y esa no bendición puede ocultar una
culpa terrible. Por este motivo, la mujer infecunda es socialmente repudiada.
Se le ubica en la escala más baja de la pirámide social. El sacerdote, incapaz
de entenderla la acusa de borracha (1 Sam 1, 14), Peniná
se burla de ella. Sin embargo, Ana se presenta como una mujer valiente.
Enfrenta su pena y su desdicha desde una actitud de liberta interior y pide
decididamente al Señor un hijo varón: "Señor de los ejércitos. Si te
fijas en la humillación de tu sierva, y te acuerdas de mí, si no te olvidas de
tu sierva, y le das a tu sierva un hijo varón, se lo entrego al Señor de por
vida, y no pasará la navaja por su cabeza" (1 Sam 1, 11ss). La valentía de Ana es notable por muchos
motivos: se atreve a hacer un pacto con Dios. Esta iniciativa solo la tomaría el
poderoso. Además toma decisiones sobre el futuro de su hijo, decisión que solo
está reservada al padre. A partir de esta experiencia, Ana entona un canto de
liberación al Dios que se ocupa de los pobres y desvalidos (1 Sam 2, 1-10)
(Cfr. Navia, 1998, pp.21-28). Ester es otro ejemplo que vale la pena destacar.
El libro nos relata que los judíos viven en la diáspora, sometidos a la
dominación persa, conviviendo con otros pueblos, religiones y dioses. Es un
ambiente cosmopolita y secularizado. Ester es una judía que vive camuflada
en una corte extranjera. Como mujer, aunque sea Reina, participa de la
limitación y de las restricciones que tienen las mujeres en su época: es parte
de un harén y solo puede presentarse ante el rey cuando él lo autorice. Traspasar
esa norma es poner en peligro su vida. El pueblo judío que vive en dominación,
cae en desgracia ante la corte por intrigas y envidias. En estas condiciones
Ester es motivada por Mardoqueo
para que a través de una acción arriesgada trate de lograr la liberación del
pueblo o al menos una mejor ubicación. Ester hace una oración a Yavé (Ester 4) donde le pide protección invocando la
memoria y tradición de su pueblo. El desenlace de los hechos muestra que Dios
escucha la oración de Ester y los judíos consiguen de manos de una mujer la
protección del rey (Ester 7) (Cfr. Navia, 1998, pp 28-35). Otra mujer del Antiguo Testamento es Judit.
Mujer viuda, sola, sin varones, actúa con una independencia y autoridad
bastante extraordinaria: no va donde los jefes de su pueblo, los llama a su
casa para exponerles su plan. Si bien es cierto que les pide autorización, es
ella quien decide la estrategia y los pasos a seguir con absoluta libertad.
Consciente de los riesgos que corre, al igual que Ester, inicia su plan pidiendo
la protección de Dios (Judit 9). Después realiza su acción liberadora entrando
de noche al campo y matando a Holofernes (jefe
supremo del ejército asirio) (Judit 13, 6). Finalmente el libro termina dando
testimonio de que la memoria de Judit se conserva en medio de su pueblo (Cfr.
Navia, 1998, pp. 39-44). El libro de Rut es también otro ejemplo claro de
la recuperación de textos que muestran un papel más protagónico de la mujer. El
relato es muy simple: hay crisis económica y una familia pobre debe emigrar
para buscar solución a sus problemas. Allí mueren los varones de la familia y
las tres mujeres quedan desamparadas en ese régimen patriarcal. Orfa prefiere la seguridad de la casa paterna. Rut escoge
el camino de la solidaridad con su suegra. Sin embargo, no se contenta con su
suerte y consigue que la ley del levirato se haga efectiva en ellas. Así llega
hasta el campo de Boz y consigue un lugar en la
sociedad judía (Cfr. Navia, 1998, pp 35-39). El Cantar de los Cantares presenta como posible
y como lugar de revelación la alianza entre el varón y la mujer en términos de
igualdad, sin sumisiones. A diferencia del Génesis, la mujer es presentada como
compañera del hombre a su misma altura y dignidad. Ella tiene iniciativa y la
toma. No es la que seduce al varón, sino que el amor y la entrega son mutuos
(Bernabé, 1993, p.22). El fragmento griego de Daniel 13 presenta a una
mujer a la cual unos varones pretenden someter sexualmente en un jardín (en
griego “paradeisos”), ante su negativa la acusan
falsamente de haberla sorprendido en adulterio debajo de un árbol. Estas ideas:
“paraíso”, “árbol”, sexo (“conocer”) culpa (o falsa acusación) parece ser una
clara respuesta desde la perspectiva de la mujer a la acusación de que la mujer
es responsable de la caída original, narrada en Gen 3, e interpretada de ese
modo, como hemos dicho. Parece que nos encontramos con una contra-lectura del
texto de Gen 2-3 en clave feminista. Como se dirá más adelante, es en el período bíblico helenista cuando más relegada queda la mujer. No es
–entonces- casual que estos textos destaquen su rol preponderante. Tanto Jdt como los fragmentos griegos de Ester (a los que
pertenece la oración del cap. 4) y de Daniel (al que pertenece Dn 13) pertenecen a este período; y Cant
y Rut no son lejanos en el tiempo. Ciertamente, la mujer también tiene su
palabra en los textos, particularmente cuando más es silenciada. En el Nuevo Testamento encontramos testimonios
de la presencia y participación de las mujeres en la misión de Jesús. Ellas aparecen
como discípulas que acompañan a Jesús desde Galilea hasta el calvario (Lc 8, 1-3), se mantienen firmes al pie de la cruz (Jn 19,25) y son reconocidas como las primeras testigas[5]
de su Resurrección (Jn 20, 1-18). Es una
participación totalmente nueva si consideramos la cultura patriarcal imperante
en ese tiempo. La tradición paulina nos ofrece la posibilidad
de rescatar el rol de las mujeres en los orígenes de la Iglesia. Desde el
principio ellas son incorporadas a la Iglesia con el mismo rito que los
varones: el bautismo[6]
(Hc 8, 12), perseveran en la oración con los
discípulos (Hc 1, 14), participan de momentos
decisivos para la vida eclesial como la elección de Matías[7]
(Hc 1, 15-26), son transmisoras de la fe (Hc 16, 1; Rom 16, 13; 2 Tim 1,
5), se les confían ministerios: profético (Hc 21, 9;
1 Cor 11, 5), diaconal (Rom
16, 1), misionero (Rom 16,7), de enseñanza (Hc 18, 2.26; Rom 16, 3), de las
viudas (1 Tim 5, 9-10)(Cfr. Bautista, 1993 y Estévez, 1993). Gálatas 3, 28 es un texto clave para afirmar la
igualdad fundamental entre el varón y la mujer: "Ya no hay distinción
entre judío y gentil, entre esclavo o libre, entre varón y mujer, porque todos
sois uno en Cristo Jesús". Y precisamente, esta igualdad fundamental tiene
su origen en el bautismo. 3.3 Búsqueda de una perspectiva teológica
general desde la cual criticar el patriarcado Esta opción es seguida especialmente por las
teólogas evangélicas que se dedican más a la teología que a la exégesis. Su
principal exponente es R. Radford Ruether.
Esta autora no se detiene en las dos opciones anteriores sino que partiendo del
presupuesto de que la Biblia es un producto de la cultura patriarcal busca un
principio crítico que permita encontrar en ella una perspectiva liberadora para
la mujer. Ese principio crítico es la tradición profético-mesiánica que invita
siempre a criticar la utilización de lo religioso y lo divino para justificar
el orden social injusto y existente. Todo aquello que mantenga esquemas
sociales injustos que lleven a una subordinación de la mujer, no puede ser
revelación de Dios. Un esquema parecido es trabajado por L. M.Russell. Ella afirma que la intención de Dios, revelada
en su Palabra, es llevar a plenitud toda la creación mediante la comunión o koinonia, entendida como comunidad de iguales. Esto
se convierte en el principio hermenéutico para interpretar el texto bíblico. De
ahí, que todo aquello que no conduzca a la vivencia de la comunidad de iguales,
no puede aceptarse como revelación de Dios. El problema que trae estas opciones es la
dificultad de invocar principios hermenéuticos generales sin tener en cuenta
que ellos están encarnados en condiciones socio-culturales concretas que no se
pueden dejar totalmente de lado. 3.4 Recuperación de los silencios y las
ausencias femeninas en la Biblia Esta opción intenta tener en cuenta todos los
textos que pueden ser desfavorables para la mujer y tratarlos en el contexto
más amplio del objetivo que tienen dentro de la Sagrada Escritura para rescatar
la historia silenciada de las mujeres que vivieron en una cultura patriarcal y
que se esforzaron por su liberación. Elisabeth Schüssler Fiorenza, pretende realizar una exploración teórica de las condiciones hermenéuticas y de
las posibilidades epistemológicas necesarias para una práctica feminista crítica
de lectura de los textos androcéntricos, mediante la
elaboración de tales lecturas en el contexto de una teoría crítica,
interdisciplinar y feminista. Pretende una interpretación bíblica con un método
de lectura política feminista. El método que propone consiste en deconstruir el núcleo patriarcal de las tradiciones
bíblicas y elaborar el discurso político alternativo de la ekklesia
en el seno de las religiones bíblicas. La interpretación bíblica debe reconceptualizarse en términos retóricos (Cfr. Fiorenza, 1996, pp. 35-75). Su propuesta es la hermenéutica
de la sospecha con la que se pretende estudiar todos los aspectos patriarcales,
destructores y opresores de la Biblia. Esta interpretación tiene que descubrir
no sólo el lenguaje bíblico sexista, sino también el lenguaje opresor del
racismo, del antijudaísmo, de la explotación, del
colonialismo y del militarismo. La interpretación de la sospecha tiene que
llamar al lenguaje del odio por su nombre y no hacer de él un misterio o
justificarlo hábilmente. La hermenéutica de la sospecha no sólo debe aplicarse a
los textos bíblicos y sus interpretaciones tradicionales, sino también a las
mismas interpretaciones feministas. Junto a la hermenéutica de la sospecha se
propone la memoria histórica o la evaluación crítica y proclamación. Teniendo
en cuenta que los textos opresores presentan a Dios como opresor, tenemos que
decidir si podemos proclamar esos textos como Palabra de Dios o como palabra de
hombres. Por su parte, la hermenéutica de la memoria histórica permite
reconstruir la historia del cristianismo primitivo como la de un discipulado de
iguales. El paso siguiente es el de la imaginación creativa y ritualización, que nos permite imaginar un mundo diferente,
recrear el texto de una forma liberadora y expresarlo en liturgias,
dramatizaciones, pinturas u otros medios. 3.5 Reconstrucción de la historia de las
antepasadas bíblicas Siendo conscientes de la influencia patriarcal
en los autores bíblicos, se intenta recuperar a la luz de los aportes de las
otras disciplinas (arqueología, historia, sociología, antropología cultural,
etc.) la posición de la mujer en el pueblo de Israel y en tiempos de Jesús en
condiciones de más igualdad y participación. Carmen Bernabé nos ofrece una descripción de la
situación de la mujer en ese tiempo: En la época premonárquica
se puede defender la existencia de una relación entre varón y mujer más
igualitaria, siempre que nos situemos en aquella cultura y tiempo, y no en
nuestra sensibilidad moderna mucho más exigente. La mujer tenía un poder real,
quizás menos formalizado que el del varón, pero no menos auténtico, que ejercía
en el ámbito del clan familiar o la tribu. Su aportación a la economía
familiar, la transmisión de tradiciones y de la cultura, sus decisiones o sus
consejos, eran actividades valoradas y tenidas en cuenta, además de la función
procreadora, en este gran ámbito donde lo público y lo privado no eran esferas
tan netamente diferenciadas como sucedería más tarde. La creación del Estado
para responder al peligro de subsistencia supuso el fin del sistema anterior,
relativamente igualitario y no centralizado. Con la monarquía, cambió la
organización social, se produjo una dicotomía creciente entre el mundo privado
y el público. Surgieron unas élites militares, estatales y religiosas que
fueron controlando el desarrollo del naciente Estado. Estas instituciones
fueron controladas por varones; a la vez que se fue reforzando una jerarquía
social y política y sustrayendo a la mujer de las anteriores relaciones de
igualdad, privándola, cada vez más, del ámbito social donde predominaba el
varón. El cambio más drástico en la imagen y función de la mujer quizá lo
produjo la llegada de la cultura greco-romana, con su pensamiento dualista de
cuerpo-alma, bueno-malo y con la asimilación de mujer-materia-oscuridad.
Comenzó entonces una interpretación de la narración del Edén en esta dirección,
con consecuencias negativas para la mujer tal como lo señalamos más arriba.
(Cfr. Bernabé, 1993, pp. 35-47). Para la interpretación del Nuevo Testamento
también es importante rescatar la situación de la mujer en tiempos de Jesús.
Sin duda, el movimiento de Jesús fue un movimiento inclusivo que iba en contra
vía de los movimientos existentes fundados en la Ley y el Templo donde quedaban
excluidos los publicanos, los enfermos, los extranjeros y, por supuesto, las
mujeres. Jesús valora a la mujer y la incluye en el grupo de sus seguidores.
Desde esta perspectiva hay que entender la prohibición del divorcio (Mc 10, 11)
o la discusión con los saduceos sobre a quién pertenecería, después de la
resurrección, la mujer tomada por siete maridos en cumplimiento de la ley del
levirato (Mc 12, 18-27). Estas dos cuestiones se preguntan desde la mentalidad
patriarcal de ese tiempo y, sin embargo, Jesús cambia la clave interpretativa. En el movimiento de Jesús se crean unas
relaciones igualitarias, desafiando la sociedad de su tiempo. Todos y todas
forman una hermandad de iguales (Mt 12, 48-50), donde la autoridad mayor es la
del servicio, no la del poder (Mc 10, 42-45). Así mismo, las mujeres acompañan
a Jesús en la crucifixión y son testigas de la
resurrección. Este protagonismo de las mujeres es testimoniado por el evangelio
y por la tradición posterior. Es decir, cumple con los criterios de la crítica
histórica. En el movimiento cristiano primitivo se puede
percibir todavía el protagonismo de las mujeres, testimoniado en las cartas de
Pablo. Algunas de ellas aparecen con nombres propios sosteniendo las iglesias
en sus casas: Apia que, junto a Filemón y Arquipo,
dirige otra iglesia en Colosas (Flm
1, 2), Lidia en Filipos (Hc
16, 15), y lo mismo ocurre en la tradición paulina con Ninfás
de Laodicea (Col 4, 15). Pablo menciona también a
Febe "diaconisa de la Iglesia de Cencreas (Rom 16, 1), y a varios matrimonios que colaboran con él en
la misión. Entre ellos se destaca Prisca y Aquila que aparecen en Roma, Efeso y Corinto donde fundaron varias Iglesias. La mitad de
las veces Prisca aparece nombrada en primer lugar lo cual significa que era
conocida y valorada (1 Cor 16, 19; Rom 16, 3-5; 2 Tim 4, 19; Hc 18,
1-3.18-26). Otros varones aparecen misionando en compañía de sus esposas. Es el
caso de Cefas (1 Cor 9,
5). Finalmente, aparecen Andrónico y Junia, quien comparte con su esposo el título de
"apóstol" (Rom 16, 7). Sin embargo, en este
último caso, la tradición tardía convirtió a Junia en
un varón. Este último ejemplo refuerza la tesis de que
aunque la comunidad primitiva buscó mantener la igualdad varón-mujer, el
proceso de patriarcalización fue un hecho y, otros
textos bíblicos, atribuidos a la tradición paulina, refuerzan esa idea. En
Corintios se puede constatar la ambigüedad de Pablo al hablar de la relación varón-mujer
en la comunidad. En todos esos casos se llama la atención a la dificultad de
romper totalmente con los esquemas culturales de ese tiempo y también hay
algunos textos que la crítica va descubriendo como interpolaciones posteriores
a los textos paulinos. Ese es el caso de 1 Cor 14,
34-35 donde Pablo prohibe que la mujer hable en las
asambleas. Esos versículos no están en correspondencia con el papel que el
mismo Pablo reconoce en la mujer, por lo que se piensa que corresponde a una
interpolación posterior (Biblia Latinoamericana, versículo señalado). Las
razones para suponer la interpolación son:1. el texto no se ve afectado si se lo omitiera; 2. la referencia a la ley como autoridad no parce paulina; 3. el tema parece entrar en contradicción con 1 Cor 11; 4; 4. la referencia a las
“Iglesias de los santos” no es paulina; 5. el sujeto,
“la mujer” no estaba en cuestión en lo que se venía tratando[8].
La tradición postpaulina
(Colosenses, Efesios y 1 Pedro) afirma la sumisión de la esposa al marido (Col 3,
18-4,1; Ef 5, 21-6,9; 1 Pe 2, 18-3,7). En esos textos
también se pide la sumisión de los hijos y de los esclavos. Hay que entender
esos textos en el contexto de la tradición griega que reflejaba y legitimaba la
realidad social jerárquica de la casa patriarcal. Estos textos bíblicos,
posiblemente responden a las críticas que se le hacían al cristianismo de
subvertir el Estado (Bernabé, 1993, p. 48). 4. Logros y desafíos de la hermenéutica bíblica
feminista Hemos hecho un elenco muy breve de algunos caminos
trazados en la hermenéutica bíblica feminista para liberar a la mujer de la
situación de opresión y subordinación a que estado sometida durante siglos en
la sociedad y en la Iglesia. Entre los frutos de esta tarea podemos señalar: Ø Se
ha profundizado sobre la situación de la mujer en el pueblo judío del tiempo de
Jesús y de la primitiva comunidad, destacando los rasgos liberadores del
evangelio sobre la situación vivida, como los elementos que mantuvieron el status
quo establecido. Ø Se
han sacado a la luz Ø Se
ha hecho una exégesis mucho más histórica y verdadera de algunos textos que
habían legitimado, en la práctica, una subordinación y marginación de la mujer. Ø Se
ha recreado la hermenéutica bíblica con una mirada más completa, buscando no
sólo lo que está ahí presente, sino también los olvidos y las
ausencias. Sin embargo, esta tarea aún tiene muchos
desafíos por delante. Entre ellos podemos destacar: Ø La
necesidad de una renovación de la hermenéutica bíblica, abandonando su
pretendida neutralidad. Es necesario reconocer las precomprensiones
culturales y estructurales de la exégesis y teología tradicional y de los
mismos textos bíblicos. Es incuestionable la carga de androcentrismo y patriarcalismo presentes en la Biblia. Eso obliga a una
interpretación que tome en cuenta esta realidad y busque una respuesta adecuada
a la revelación divina como a las demandas de la realidad actual. Ø Una
hermenéutica bíblica feminista es urgente para una verdadera renovación
teológica que influya decisivamente en una comprensión eclesial, litúrgica y
pastoral acorde con una sociedad donde estén realmente incluidos, en
condiciones de igualdad y corresponsabilidad, los varones y las mujeres. Finalmente, las palabras de Elisabeth Shüssler Fiorenza pueden iluminar
la relevancia y pertinencia de la hermenéutica bíblica feminista. Sin ella la
Iglesia no llegará a ser nunca lo que Jesús quería: una comunidad de hermanos
donde no haya distinción entre varón y mujer: "La interpretación bíblica como
interpretación teológica trata de la presencia divina que habita en medio del
pueblo de Dios, en el pasado y en el presente. La interpretación bíblica
feminista hace explícito que la verdad divina y la presencia reveladora se
encuentra entre las mujeres que son miembros invisibles del pueblo de Dios.
Hace explícito que los receptores y proclamadores de
la revelación no son solamente varones, sino también mujeres. Así trata de
interrumpir el silencio teológico y la invisibilidad eclesial de las mujeres,
de forma que la gracia y la verdad de Dios puedan ser reveladas entre nosotros
con toda su plenitud" (Citado por Bernabé, 1993, pp. 60-61). BIBLIOGRAFIA Bautista, Esperanza, La mujer en la Iglesia primitiva,
Editorial Verbo Divino, Navarra, 1993. Bernabé, Carmen, "Biblia" en : Navarro, Mercedes (Dir.), Diez mujeres escriben
teología, Navarra: Verbo Divino, 1993, pp. 13-62. Cady Stanton, Elizabeth, Womens’s Bible
(cuya primera parte se publica en 1895 y la segunda en 1898). Colorado, Marta, Arango, Liliana, Fernández, Sofía,
Mujer y feminidad en el psicoanálisis y el feminismo, Colección autores
antioqueños, Medellín, 1998. Estévez, Elisa, "Iglesia" en: Navarro,
Mercedes (Dir.), Diez mujeres escriben Teología, Editorial Verbo Divino,
Navarra, 1993, pp. 167-198. Halkes, C. “Teología feminista. Balance provisional” en: Concilium 154 (1980) pp. 122-137. Navia Velasco, Carmiña, El Dios que nos revelan
las mujeres, Ediciones Paulinas, Bogotá, 1998. Pío XII, Encíclica Divino afflante
Spiritu, 1943. Puleo, Alicia y Amorós, Celia (Eds.), La
Ilustración olvidada. La polémica de los sexos en el siglo XVIII, Anthropos, Barcelona, 1993. Fiorenza, Elisabeth Schüssler, Pero
ella dijo, Editorial Trotta, Madrid, 1996
(Original Inglés 1992 But she
said)
Biblia Latinoamericana, Ed. Verbo Divino, 1972
[1] La ciudadanía de
la mujer en Colombia, tiene cuarenta y cuatro años. Apenas en 1957 se puso en
práctica el derecho al voto. [2] En Colombia, a
nivel jurídico es solo hasta la Constitución Política de
1991cuando se suprime todo tipo de discriminación contra la mujer: Nacemos,
definitivamente, hombres y mujeres, desde los marcos jurídicos,
iguales..." (Art. 43) [3] Es una teología
contextual, la más inclusiva de todas, puesto que las situaciones de
subordinación de la mujer aparecen en todos los contextos, en todas las
culturas, en todos los medios sociales y políticos. [4] Aunque a nivel
oficial el reconocimiento ha sido más tardío. Pío XII acepta
oficialmente los géneros literarios de la Escritura y la intervención del
“autor humano” en su Encíclica Divino afflante Spiritu en 1943. [5] Es
cierto que habitualmente el término “testigo” no tiene oficialmente acepción
femenina, sin embargo, esto parece herencia del sexismo y la
sociedad patriarcal; de allí que creamos oportuno recrear el lenguaje dándole
más presencia a la mujer, como en este caso, hablando de “testigas”. [6] En el judaísmo
el rito de incorporación era la circuncisión reservada a los varones. Por otro
lado, nada parece indicar que las mujeres pudieran acceder al bautismo de Juan. [7] El versículo 15
comienza "uno de aquellos días..." haciendo referencia a los
versículos inmediatamente anteriores donde se afirma la presencia de las
mujeres en la oración con los Doce. Por consiguiente, si las mujeres se
mantenían en oración con el grupo, debieron estar presentes en la elección de
Matías, grupo que además es presentado como “multitud”. [8] - Ver E. de la Serna, “El lugar de la
mujer en los escritos de Pablo”, en J. L. D’Amico –
E. de la Serna (coord..), “Donde está el Espíritu,
está la libertad”. Homenaje a Luis Heriberto Rivas con motivo de sus 70 años.
San Benito, Buenos aires, 2003, 402. |
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